"...El lugar se llena de todo tipo de personajes: queers, skinheads, hippies, tatuados, granolas, ravers, bodybuilders, ecologistas, gente con piercings, punks, nuevos darks, anarquistas, Chicago boys, fanáticos de Mad Max, militantes antiglobalización, mods, new agers, beatniks, nerds, neonazis, skaters. Prácticamente todas las tribus urbanas están representadas. Traen sus bolsas de dormir y acampan ahí, como si fuera uno de esos festivales de rock en los que se vive durante tres días en medio del barro mientras el público se droga y tocan grupos de música a los que casi no se les presta atención.
La empresa se ve obligada a contratar siete agentes de seguridad privada que van sillón por sillón, bolsa de dormir por bolsa de dormir, despertando con un bastón a los que pretenden usar el lugar como hotel. En situaciones de tanta presión es casi inevitable que las susceptibilidades se exasperen y basta con que un agente empuje con un poco más de fuerza de la necesaria a una chica vestida con camisola y pantalones de bambula para que el público dormido despierte. A partir de ese momento la rebelión es inmediata y ese socialismo único que se vive ahí adentro, mezcla de trostkismo y carnaval brasilero, termina abruptamente. La gente reacciona contra los bastones, encierra a los agentes de seguridad en el baño, copa el lugar y lo convierte en foco revolucionario. Muchos escapan pero un subgrupo toma el liderazgo: son alrededor de ochenta personas, sucios barbudos vestidos con los arapos de la revolución, dice Javier. "Parecen los años sesenta", comenta Luis. "En los sesenta la gente no andaba vestida de mendigo como esos barbudos, vivían desnudos y en comunidad, comían lo que cultivaban, creían en la igualdad entre los hombres y en el amor libre sin tabúes ni barreras", le responde Javier..."
Este es un fragmento de Ornella, el último de los cuatro cuentos incluidos en la más reciente antología de Martín Rejtman, sin ninguna duda mi director y escritor favorito de la Argentina en este momento. Ornella es además una de las cosas más maravillosas que haya leído en mi puta vida. Si bien venía dándome cuenta de esto prácticamente desde el primer párrafo del cuento fue aquí, en la perfecta y precisa enumeración de tribus urbanas que asisten a dicho evento (no les adelanto nada así leen el cuento en cuestión) y más específicamente en el momento en el que, en plena enumeración mete un glorioso "fanáticos de Mad Max" (hay que aclarar que los protagonistas se encuentran en Australia), donde casi no pude seguir leyendo del soberano ataque de risa que me agarró. La última vez que recuerdo haberme reído de tal manera con un libro había sido también gracias a un cuento de Rejtman -no recuerdo cómo se llamaba- perteneciente a Rapado, su primera antología, en un momento en que al protagonista le mencionan que alguien se ganó "un viaje a Disney", el se imagina a un avión aterrizando sobre la espalda congelada del Tío Walt y pierde el hilo de la conversación. Es que la prosa (y el cine también) de Rejtman es así de juguetona. Sus descripciones terminan resultando desopilantes, así como las costumbres de sus personajes y las cosas en las que piensan. Esto último puede apreciarse en el último parlamento del personaje de Javier en el fragmento que transcribí, que es el lugar común del lugar común a la cuadrigésima potencia, y que por eso, por ser una frase tan pero tan hecha, adquiere su carácter humorístico y termina resultando un chiste brillante. Así es el humor de Rejtman -cuyos relatos siempre desbordan de melancolía, por más jocoso que parezca el asunto-. Pero el humor de Rejtman no es un humor muy popular que digamos sino un "take it or leave it" de acá la China. Recuerdo que mi madre me contó que cuando fue a ver Los guantes mágicos era la única que se reía en toda la sala, y no podía parar de reír, mientras que el resto del público se quedaba completamente afuera. Ya sabemos cómo es el público medio y su relación con el cine argentino que no pertenezca a multimedios, pero en este caso se extiende a muchísima gente que como yo y como muchos, la pasamos como el culo viendo Papá se volvió loco. Porque entrar en o quedarse afuera del humor de Rejtman no es una cuestión intelectual sino de sensibilidades. Puede gustar mucho o no gustar nada, pero es raro que haya un término medio. A mí me puede; leer sus cuentos y ver sus películas me hace bien; no me canso nunca de releerlo y reverlo, pero también me gustaría que salgan dos libros y dos películas suyas por año, porque con Rejtman y sus maravillosos personajes me siento como en casa. Con esto quiero decir que salgan corriendo a comprar Literatura y otros cuentos y, si tienen suerte, traten de conseguir también Rapado y Velcro y yo y, cuando por fin salga la caja de DVD's con todos los trabajos de M.R., también hagan lo mismo. Ah, bienvenidos.
La empresa se ve obligada a contratar siete agentes de seguridad privada que van sillón por sillón, bolsa de dormir por bolsa de dormir, despertando con un bastón a los que pretenden usar el lugar como hotel. En situaciones de tanta presión es casi inevitable que las susceptibilidades se exasperen y basta con que un agente empuje con un poco más de fuerza de la necesaria a una chica vestida con camisola y pantalones de bambula para que el público dormido despierte. A partir de ese momento la rebelión es inmediata y ese socialismo único que se vive ahí adentro, mezcla de trostkismo y carnaval brasilero, termina abruptamente. La gente reacciona contra los bastones, encierra a los agentes de seguridad en el baño, copa el lugar y lo convierte en foco revolucionario. Muchos escapan pero un subgrupo toma el liderazgo: son alrededor de ochenta personas, sucios barbudos vestidos con los arapos de la revolución, dice Javier. "Parecen los años sesenta", comenta Luis. "En los sesenta la gente no andaba vestida de mendigo como esos barbudos, vivían desnudos y en comunidad, comían lo que cultivaban, creían en la igualdad entre los hombres y en el amor libre sin tabúes ni barreras", le responde Javier..."
Este es un fragmento de Ornella, el último de los cuatro cuentos incluidos en la más reciente antología de Martín Rejtman, sin ninguna duda mi director y escritor favorito de la Argentina en este momento. Ornella es además una de las cosas más maravillosas que haya leído en mi puta vida. Si bien venía dándome cuenta de esto prácticamente desde el primer párrafo del cuento fue aquí, en la perfecta y precisa enumeración de tribus urbanas que asisten a dicho evento (no les adelanto nada así leen el cuento en cuestión) y más específicamente en el momento en el que, en plena enumeración mete un glorioso "fanáticos de Mad Max" (hay que aclarar que los protagonistas se encuentran en Australia), donde casi no pude seguir leyendo del soberano ataque de risa que me agarró. La última vez que recuerdo haberme reído de tal manera con un libro había sido también gracias a un cuento de Rejtman -no recuerdo cómo se llamaba- perteneciente a Rapado, su primera antología, en un momento en que al protagonista le mencionan que alguien se ganó "un viaje a Disney", el se imagina a un avión aterrizando sobre la espalda congelada del Tío Walt y pierde el hilo de la conversación. Es que la prosa (y el cine también) de Rejtman es así de juguetona. Sus descripciones terminan resultando desopilantes, así como las costumbres de sus personajes y las cosas en las que piensan. Esto último puede apreciarse en el último parlamento del personaje de Javier en el fragmento que transcribí, que es el lugar común del lugar común a la cuadrigésima potencia, y que por eso, por ser una frase tan pero tan hecha, adquiere su carácter humorístico y termina resultando un chiste brillante. Así es el humor de Rejtman -cuyos relatos siempre desbordan de melancolía, por más jocoso que parezca el asunto-. Pero el humor de Rejtman no es un humor muy popular que digamos sino un "take it or leave it" de acá la China. Recuerdo que mi madre me contó que cuando fue a ver Los guantes mágicos era la única que se reía en toda la sala, y no podía parar de reír, mientras que el resto del público se quedaba completamente afuera. Ya sabemos cómo es el público medio y su relación con el cine argentino que no pertenezca a multimedios, pero en este caso se extiende a muchísima gente que como yo y como muchos, la pasamos como el culo viendo Papá se volvió loco. Porque entrar en o quedarse afuera del humor de Rejtman no es una cuestión intelectual sino de sensibilidades. Puede gustar mucho o no gustar nada, pero es raro que haya un término medio. A mí me puede; leer sus cuentos y ver sus películas me hace bien; no me canso nunca de releerlo y reverlo, pero también me gustaría que salgan dos libros y dos películas suyas por año, porque con Rejtman y sus maravillosos personajes me siento como en casa. Con esto quiero decir que salgan corriendo a comprar Literatura y otros cuentos y, si tienen suerte, traten de conseguir también Rapado y Velcro y yo y, cuando por fin salga la caja de DVD's con todos los trabajos de M.R., también hagan lo mismo. Ah, bienvenidos.
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